Como he estado unos días desconectado se me han ido acumulando los temas. No quería dejar pasar la ocasión de escribir sobre
Eduardo Zaplana ahora que parece que pasa a segunda fila.
Zaplana nunca fue santo de mi devoción. Supe por primera vez de él, como casi todo el mundo, por la
conversación que le grabaron en el caso
Naserio, que ¡o casualidad!, esta sí que la cadena SER conserva en su cintateca. Sus méritos como Presidente de la Generalidad Valenciana, porque meritoso fue arrebatársela a los socialistas y meritoso fue, también, en convertirla en el bastión del PP que es ahora, no le libraban de la fama de medrador que tenía, situado siempre en la intersección de las órbitas de los clanes de Valladolid y Becerril.
Cuando
Aznar decidió dar la cambiada en su política laboral y hacerlo costa de la cabeza de
Juan Carlos Aparicio, le dio la ansiada cartera de Trabajo a
Zaplana, para que con ella, pasease su gracejo y su moreno por las centrales sindicales y así volver a las relaciones que tenían con otro graciosillo,
Javier Arenas. También le nombro, que grandes favores le debe a
Carlos Aragonés, portavoz del gobierno. Y entre risas y chanzas esperábamos ganar las elecciones entre cabezada y visionado del tour por parte de
Mariano Rajoy.
Pero la masacre del 11-M y su posterior manipulación llevaron a
Zapatero a la Moncloa y al PP al hundimiento moral y al ¿qué ha pasado?, ¿cómo ha sido?, ¿dónde estamos?, ¿a dónde vamos?, ¿vamos a algún sitio?. Y en estas el PP nombra a
Eduardo Zaplana portavoz en el Congreso. Yo pensé que íbamos hacia la clandestinidad, no se hacía oposición, no se quería crear la comisión de investigación del 11-M y el portavoz del gobierno que no había sabido estar a la altura entre el 11 y el 14 de marzo, le nombraban portavoz en el Congreso. Desastre total. Pero llegó el
“moderado” José Antonio Alonso, recién nombrado Ministro del Interior, con sus declaraciones: “hubo una clara imprevisión política y esta no fue desde las fuerzas y cuerpos de la seguridad del Estado que incluso llegaron a avisar con cierta reiteración de que esto podría ocurrir”, que provocaron que el PP pidiese la constitución de la comisión del 11-M.
El dictamen aprobado en la Comisión estaba cantado desde el principio, pero los que la seguimos por televisión pudimos comprobar en primer lugar que no era verdad todo lo que nos habían contado en la versión oficial (olía a chamusquina que tiraba para atrás), no olvidemos que de lo visto allí y de las investigaciones de
Luis del Pino, El Mundo y la cobertura que les dio la COPE (único que refugio que tuvimos los huérfanos del PP) nació el movimiento ciudadano de los peones negros. En segundo lugar, junto a otros diputados del PP (
Astarloa,
del Burgo, etc.), descubrimos a un
Eduardo Zaplana que echándose al PP sobre los hombros, un PP desmoralizado y desmovilizado, empezó a andar y dar la batalla política en esa comisión, a defender no solo al gobierno anterior, sino al futuro del PP.
Desde sus comparecencias en la Comisión del 11-M, hasta la defensa ante
José Blanco de los puestos ganados por el PP en la mesa del Congreso en estas elecciones, pasando por hacerle el gran favor a
Rajoy de irse para no tener que echarle,
Eduardo Zaplana ha sido la persona que más ha defendido al PP. Sin él no habríamos llegado hasta ahora, por eso, la no-España ha hecho lo posible para acabar con él y han conseguido estigmatizarle como lo peor del PP. Ha cumplido con creces, una ingrata, dura y dañina para lo personal, misión. Yo nunca pensé que tuviese esta faceta, me ha sorprendido muy gratamente; el PP, la derecha social y los que creemos en España y en la Libertad siempre tendremos una deuda de gratitud con este hombre. Cuando la historia (la verdadera, no la manipulada) se escriba,
Eduardo Zaplana subirá muchos puestos de donde ahora le han colocado.