María es una española cualquiera, una mujer normal, como tú y como yo. Nunca ha querido otra cosa que vivir en paz. Pero tuvo la desgracia de cruzarse, un aciago día, con un animal, con un mal bicho. Durante años, María, ha aguantado el maltrato en silencio. Tenía que entrar en el hospital por la puerta de atrás. Los vecinos decían: “algo habrá hecho”. Los compañeros de mus de su marido, jaleaban las palizas como si fuesen hazañas. María era católica pero no podía pedir ayuda al cura de su parroquia, porque este, era la pareja de mus de su maltratador.
A pesar de las múltiples promesas por parte de la bestia de que esto se iba a acabar, los golpes no cesaban. Poco a poco María fue concienciándose de su situación y empezó a hacer público su dolor. Al hacer esto algunos la acusaron de incitar a la violencia, pero otros la apoyaron. Llegó un día en que prácticamente todos los vecinos estaban con María, incluso los compañeros de mus del maltratador decían, con la boca pequeña eso sí, que lo que hacía su compadre con María no estaba bien. Con la presión de la calle, la alimaña terminó en la cárcel. Hundido y silenciado, creíamos que iba a pasar a la historia. Pero no fue así.
Llegó un nuevo presidente de la comunidad de vecinos que consideraba que a ese maldito bastardo nunca se le podría parar y que para que dejase de maltratar a la pobre María, habría que darle algo de lo que pedía. Que tampoco pedía tanto, opinaba, la vivienda donde vive María –que no es suya, que es pública–,la custodia de los hijos –ya que lo que hace es siempre por el bien de esos hijos–, una pensión –con todos estos años de idas y venidas, solo ha tenido tiempo para el maltrato y de algo ha de vivir–, tampoco renuncia a parte de las viviendas colindantes –que la suya sola le queda algo pequeña–.
Y en estas estábamos, mientras el gobierno de la escalera negociaba, aunque lo negaba, María protestaba en el portal. Pero algunos vecinos, que lo único que quieren es que el edificio esté tranquilo, al precio que fuese, pero en paz, la insultaban. La decían que dejase de quejarse, que llevaba dos años sin recibir ningún puñetazo, que era una crispadora. Que algo tendrá que poner para alcanzar la paz del portal, que su marido también ha sufrido estando en la cárcel. Que también es un vecino y tiene derecho a vivir.
Ayer, después de mucho negociar, el abusador de María ha escrito una carta –la duodécima– donde afirma que va a dejar definitivamente de pegar. De momento no entregará el puño americano que usaba para golpear a María. Tampoco renuncia al piso, pide que el presidente de su comunidad y de la comunidad vecina le entreguen parte de las zonas comunes de ambos edificios, no pagará la cuota de la comunidad, es más, le tendrán que pagar a él. El presidente de la comunidad de vecinos ha afirmado que hoy es un día para la alegría. Hoy María está triste, dice que eso no es lo que buscaba. Sus vecinos la acusan de querer amargarles este día tan feliz. Los compañeros de mus del salvaje lo están celebrando. María llora pero a nadie le importa.
Coda: prefiero equivocarme mil veces junto a las víctimas que una sola vez en su contra.
VERDAD, MEMORIA, DIGNIDAD Y JUSTICIA
ESPAÑA Y LIBERTAD